Bioética y ecología

El presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envió en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Washington. A cambio, prometió crear una "reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle respondió en 1855. La dramática respuesta del jefe Seattle nos da una verdadera lección de ética. Los occidentales hemos arrasado los bosques, aniquilado miles de especies de animales, contaminado los ríos, los mares, los valles y las montañas. Nos hemos apartado de la naturaleza. El jefe Seattle así lo expresó: “Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.
Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.”

Ahora estamos viendo los frutos de nuestras acciones: contaminación, calentamiento global, extinción de especies, y la lista suma y sigue. Si detuviésemos por un segundo nuestra agitada vida, volviéramos a la naturaleza, a la esencia, volviéramos nuestra vista hacia lo que estamos causando al mundo, nos daríamos cuenta de que los verdaderos salvajes no son los pieles rojas: los verdaderos salvajes somos nosotros mismos.

Personalmente me asombré con la respuesta que el jefe Seattle dio al presidente de los EEUU. Denota un gran carácter ético, ausente en la cultura occidental, incluso en nuestros días. Y esto ocurrió hace más de 150 años. ¿Cuánto tiempo más ha de pasar para que tomemos conciencia?
La ética busca, por definición, el bien. Por ende, hay un nuevo imperativo ético que debemos atender, como profesionales de la salud, pero también como seres humanos que somos y habitantes de este hermoso planeta: debemos actuar de manera tal que los efectos de nuestras acciones sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la Tierra.

El crecimiento indefinido, el hiperconsumo, la explosión demográfica, los conflictos y la violencia, no son sino resultados de nuestro estilo de vida, alejada de la naturaleza. Y esto lo sabía el jefe Seattle.
El jefe Seattle sabía también que, cual células en un organismo, los seres humanos formamos parte de una estructura entretejida de seres que conformamos un mundo. “Hay una unión en todo”, dijo. Pero, cual células cancerosas en un organismo enfermo, hemos destruido nuestro mundo, multiplicándonos hasta no dejar terreno inhabitado en el planeta. Quizás sea tiempo de intentar cambiar las cosas.

Para esto, podemos tomar distintas medidas:
• Científico-tecnológicas: buscando nuevas alternativas de energía renovable.
• Educativas: educando a la sociedad, como el jefe Seattle nos ha educado a nosotros, mediante campañas que incentiven la ética hacia nuestro medio ambiente.
• Políticas: mediante acuerdos, estableciendo una ética civil, y mediante la participación ciudadana, conformando una acción civil participativa.
Pero quizás lo más importante, debemos tomar conciencia de cuál es nuestro verdadero rol en este mundo, cuál es nuestro deber hacer. Al fin y al cabo, la ética está basada en principios morales, que pueden ser los principios de la bioética principalista, pueden ser los mandamientos de las distintas religiones, que no son sino distintas formas de ver los mismos principios de la ética.
Estos principios son:
1) Justicia
2) Autonomía
3) Beneficencia
4) No Maleficencia
No podemos ignorar tales principios, menos cuando ello implica nuestra propia supervivencia en la Tierra. Como dijo el jefe Seattle, todo lo que hagamos a la Tierra nos lo hacemos a nosotros mismos.
Debemos ser justos a la hora de tomar decisiones en salud, y justos también con nuestro ambiente. No debemos causar un daño innecesario a los animales ni a nuestro planeta.
Debemos respetar la autonomía de los pacientes, y así también respetar la autonomía de un árbol, y de un ave migratoria.
Debemos hacer el bien a nuestros pacientes, y también el bien a nuestro propio mundo, así como tampoco debemos buscar el mal.
Por lo tanto, si como profesionales de la salud debemos velar por el bien de nuestros pacientes, así también es nuestro deber velar por nuestro medio ambiente, porque la vida de nuestro planeta es también nuestra vida, y prueba de ello es que un ambiente contaminado se convierte en un riesgo para nuestra salud.

Quizás si realmente tomamos conciencia de lo que esto significa para cada uno de nosotros, tanto en nuestra práctica profesional, como en nuestra conducta ante la sociedad, ante nuestro mundo, ante nuestros recursos naturales, y detenemos la destrucción programada por el ser humano, la destrucción que nosotros mismos hemos generado en nuestro planeta, y comenzamos a vivir en la esencia, ya no en la destrucción, sino en pro de construir nuevas formas de vivir en sociedad, de vivir como verdaderos seres humanos, de eliminar las barreras, de ver más allá de los pacientes, ver las personas, los seres humanos que estamos atendiendo, de ver todo el medio ambiente que rodea a ese ser humano, que también nos rodea a nosotros, y que forma parte de nuestro ser, quizás en ese momento, el gran jefe Seattle, dondequiera que esté, esboce una sonrisa, y comprenda por fin a su hermano: el verdadero hombre salvaje.


Por Pablo Andrés Castro Espina

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